jueves, 13 de septiembre de 2007

Amor

Sentada en el muelle con mi carterita barata, con mis piernitas cruzadas y mi carota de culo, aguantando inviernos que te hacen huecos en los huesos y veranos asfixiantes, esperaba el amor. Me dijeron que me abstenga de toda búsqueda activa de la persona ideal. Esta llegaría sola, como traida por las olas. O llegaría en un barco, cuya denominación yo ignoraría soberanamente (el chiste, where would it be?). Simplemente, esa persona ideal bajaría de aquel barco, me llamaría, y me invitaría un café.

Entonces, recién sabría lo que es el amor.

Pasó de todo en ese puerto. No solo llegué a usar carteritas baratas, también he vestido bolsos de piel marrón y zapatos de tacón y vestidos de domingo. Han habido 666 alertas de tsunami. Me han cireado 666,666 estibadores. Les he mentado la madre 666,666 veces, una por mitra.

No hay forma.

Abandoné la espera, que en el fondo es una búsqueda, una búsqueda pasiva pero no por eso menos dolorosa. Me abandoné al sol y empecé a valorar la riqueza del silencio, de la voz única, del tanguito a solas, frente al espejo, bella y arreglada como la musa que nunca seré para la musa o el muso o el marino o la marina que bajaría de aquel barco o barca cargado del incienso o la inciensa, la mirra o el mirro, la felicidad. Bajo la cabeza y miro la toalla en el piso, contenta, sin ápice de resignación, salvo futura opinión en contrario de algún psicoanalista a quien pagaré para que me diga si me digo mentiras. Luego me tiro en mi cama, 11pm, ni a mi diestra ni a mi siniestra, solo la almohada. Sólo queda opción para un dulce sueño. Suena el despertador y me pesco cogida de la pseudo cintura de la almohada. Dándole mimos. He llegado de nuevo al puerto. Ser la lorna del destino es cuestión de vocación.

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