domingo, 30 de septiembre de 2007

Desencuentros inesperados

"... yo quisiera llorar
y no tengo más llanto
le quería yo tanto y se fue
para nunca volver..."

Huir es una forma de buscar. Hui y te encontré, con una mirada, con esa mirada. No "esa" mirada, no. Esa mirada, sin comillas. Sin calorías. Sin lesbiandad. La que no tiene ninguna vela en este entierro, en el entierro de la complicidad, de los consejos, de la comprensión. Que, quizás, valga más que las miradas entrecomilladas.

Enterré la mirada cuando me fui, para que me miraras no sé, arrepentida. También te di la espalda y te volteé la cara. No supe qué hacer. Me odias y lo acepto con hidalguía desde una cabina de Tarata que congrega todos los sábados por la noche a cybernautas de juerga frustrada. Como la mía. Como la foto velada de la velada mía.

Me arden los ojos. No recuerdo haber llorado. No recuerdo nada. Pero estoy casi convencida de que no lloré. No. No lo hice. Porque cuando caminaba, abatida, cerca del viejo Césars Hotel, un elefante blanco en nuestros tiempos, sentí que las emociones se preparaban para salir en forma de lágrimas, pero no había agua. Se me ha gastado toda durante estos casi cinco meses, pesados e infinitos. Se me ha gastado todo el agua de lágrimas y no, no hay régimen especial. No hay agua para todos que valga, ni shock de inversiones ni shock de nada que me saque de mi shock de inmovilidad. Bueno, sí. No exageremos. Se me salieron dos gotitas. Como de garúa limeña. Pero parece que el líquido fue, a pesar de ser exiguo, potente.Tenía los componentes de la lluvia ácida. Y me arden los ojos.

Gasparín (odiada por tí porque, si mi memoria no me falla, hace casi 10 meses me gustaba Gasparín y, cual mamá preocupada, me decías "esa no te conviene"-esa-) es notificada de tal hecho. Gasparín, de distinto talante y de reconocida nobleza, me insta a pedirte perdón, pensando ilusamente que eso es fácil. Le digo, joven idealista de 24 años, ¡despierta!. ¿No sabes que la susodicha es puro orgullo y altivez?. Y ella me dice que soy yo la que tengo que despertar, pero le recuerdo que ya desperté, aunque con la cabritud del caso, porque nada más cobarde que las cartitas, que es un mecanismo de 5to de media, pero carajo no importa el fondo, sino la forma.

Yo no sé la forma de pedirte perdón. No sé si, a estas alturas, me ha dejado de interesar. Te quiero igual, pero siento que mis esfuerzos serán vanos. Que estamos en primavera y nuevas flores se pueden asomar. "El jardín de la amistad (discúlpame lo cursi) siempre existirá. Lo que cambian son las flores" - Heidi dixit. Pero no le quiero creer. Mañana tendré los huevos necesarios y te llamaré. Es que soy cabrini, pues.

jueves, 20 de septiembre de 2007

e-mploushon

Sentada en una cabina con mis demonios. Alucinación de superación. Darse cuenta de que todo es circular. Catchascán con los sentimientos. Inspiración que lucha contra la enredadera caníbal.

Soledad.

Pánico de hacer llamadas. Contemplar el celular, embriagada con mi idiocia, en comportamiento adolescente. No hago honor a los tres pomos de Pond's que ya he comprado. Merece un castigo, un castigo en self-service.

Patetismo.

Pánico de todo.

Get a fuckin' life.

Get a kiss.

Estercolero.

Ganas de hacer el amor.

Desencuentros con Manuelita.

Desencuentros con su trabuco.

Shots.

Harta de lo provincial.

Pero qué le voy a hacer.

"La envidia es la cicuta que el mediocre quiere que todos prueben como si se tratase de una cata de pisco de Johnny Schuller". Frase válida, pero extraida de una versión un tanto cáustica de las pastillitas de Belmont. Unas pepitas del hermanón, para un subidón de moral, pero con el retrueque de ironía que sirva para hacer la finta, para disfrazar el yo-penso-positivo que equilibra el cataclismo que vivo dentro, del cual no puedo prescindir, pero que no puedo exhibir abiertamente porque me quita estilo.

Vafanculo, tonta, le digo a la chica que veo ahi, en ese espejo. No se va a ofender: está congelada.

jueves, 13 de septiembre de 2007

Amor

Sentada en el muelle con mi carterita barata, con mis piernitas cruzadas y mi carota de culo, aguantando inviernos que te hacen huecos en los huesos y veranos asfixiantes, esperaba el amor. Me dijeron que me abstenga de toda búsqueda activa de la persona ideal. Esta llegaría sola, como traida por las olas. O llegaría en un barco, cuya denominación yo ignoraría soberanamente (el chiste, where would it be?). Simplemente, esa persona ideal bajaría de aquel barco, me llamaría, y me invitaría un café.

Entonces, recién sabría lo que es el amor.

Pasó de todo en ese puerto. No solo llegué a usar carteritas baratas, también he vestido bolsos de piel marrón y zapatos de tacón y vestidos de domingo. Han habido 666 alertas de tsunami. Me han cireado 666,666 estibadores. Les he mentado la madre 666,666 veces, una por mitra.

No hay forma.

Abandoné la espera, que en el fondo es una búsqueda, una búsqueda pasiva pero no por eso menos dolorosa. Me abandoné al sol y empecé a valorar la riqueza del silencio, de la voz única, del tanguito a solas, frente al espejo, bella y arreglada como la musa que nunca seré para la musa o el muso o el marino o la marina que bajaría de aquel barco o barca cargado del incienso o la inciensa, la mirra o el mirro, la felicidad. Bajo la cabeza y miro la toalla en el piso, contenta, sin ápice de resignación, salvo futura opinión en contrario de algún psicoanalista a quien pagaré para que me diga si me digo mentiras. Luego me tiro en mi cama, 11pm, ni a mi diestra ni a mi siniestra, solo la almohada. Sólo queda opción para un dulce sueño. Suena el despertador y me pesco cogida de la pseudo cintura de la almohada. Dándole mimos. He llegado de nuevo al puerto. Ser la lorna del destino es cuestión de vocación.

Amistad

Lancé una suerte de botella al mar. No sé si la recogió. No sé si, a estas alturas, me importe. Tengo el recibo de pago de la encomienda, con los teléfonos del courier, y puedo preguntar si lo recibió (si lo quiso recibir, si hablamos propiamente).

Sandra me ha dicho que me olvide, que no piense, que ponga todo en modo off. Que las amistades son como prestobarbas usadas, desechables, que se oxidan rápido, se quiebra ligeramente el fierrito, y atracan los vellos. Hay una enorme resistencia dentro de mí, como para creer en eso, a menos que se trate de miserables, como la escarcha que me dijo adiós con impune frialdad. Pero esa escarcha, a diferencia de la otrora llamada Bombón, me movía el piso, me hacía alucinar, me hace alucinar cuando dejo de tomar café por las mañanas y la locura aterriza. Bombón, se suponía, era amistad pura y dura, pero ahora se trata de pura dureza que no responde, no habla.

No existe.

Me resistí a creer que esta relación de cómplices por la vida tendría final algún día. Consideré que mis tropiezos emocionales pasados podían soslayarse, y los futuros eliminarse. De hecho, se hacen menos de manera galopante, se marchita la flor de la violencia, pasaje de ida a las espinas. Aproveché fechas felices, supuestamente felices o de celebración, para sentarme en mi nuevo escritorio, e inspirada por el fresco olor a fórmica de los escritorios recién comprados, y el olor intelectual de los libros añosos que componen mi nueva biblioteca, cogí el primer lapicero que tuve a la mano, un lapicero de dudosa procedencia pero que escribía, mientras la televisión por cable, sintonizada en Euskal Telebista, propalaba uno de mis programas preferidos, unos vascos geniales que te dejan la barriga adolorida de tanto reir. En ese momento paradójico, me dejé llevar por lo hondo de mi dolor. El modo off, que sí había presionado para no sufrir más pérdidas, fue desactivado instantáneamente, casi sin querer, aflorando una seca pena, con un fondo de resignación, pero con una tenue luz de esperanza de recuperar lo que mis volcánicos genes tiraron a la basura. Alguien, quizá un alter ego escondido en una dimensión que aún no conozco, surgió y escribió por mi, le dio vida a aquel lapicero desdeñable, hizo fluida la redacción, le puso fluidos a esa seca pena, que no por eso dejó de ser pena. Hice flashbacks casi interminables, los anoté, no olvidé ni un detalle, y seguía sufriendo mientras un episodio de "La Biblia Contada a los Vascos" o los relatos del Aitite Arzalluz me confundían porque me invitaban a soltar una carcajada. A veces sentía que tenía que dejar esa mierda de escrito, porque olía las energías pesadas y negras de mi cuarto de biblioteca invadido por los recuerdos de un episodio nefasto. Por momentos, de hecho, abandoné la redacción, me paré y me relajé con hilaridad exportada desde Euskadi. Termina el programa, me voy, y lo sigo contando, me refiero a todo aquello que le dije a mi "Amistad", así, en términos fiorellarodriguezcos.

Sandra ayer fue muy incisiva con el tema. Me encanta su sinceridad, la forma directa (no sin toques de humor) con la que te dice las cosas. Pero no, no pienso renunciar, aunque la apuesta sea difícil. No pienso renunciar, pero tampoco pienso recordar mientras la lucha continúe. Es devastador traer a la mente, gracias a detalles evocativos que se revelan inicialmente inocentes: los buenos tiempos, las calles transitadas, las canciones bailadas, oidas, quemadas. Los restaurantes. Los chistes. Las ciudades. Los buses-camión.

La pelea.

Porque no hubieron "peleas".

Hubo solo una.

Mañana llamo.

(a la agencia, digo yo).