Aterrada por el monumental edificio de palabras que se ha levantado dentro de mi cabeza, vine a expulsar un poco de la mierda revuelta que en ocasiones me inunda. He botado algunas lágrimas, me he sentido asfixiada por el stress y la ansiedad de no tenerla cerca, de no sentir sus labios, de no encontrar un mail suyo. He pensado en mi patético miedo a la frialdad, en mis demandas sentimentales, en mis exigencias cuasi-jurídicas de afecto. He pensado en el miedo a enamorarme, porque siento que lo estoy haciendo, porque siento que el monstruo del Lago Ness está acercándose...
Y debo pensar que el amor es como una tarjeta de crédito, una tentación total de sumergirse en todo lo que te ofrece, imagina mis sentidos a la hora de ver el catálogo de ofertas, las posibilidades de puntos, mi línea de crédito, el todo-es-posible-con-un-plástico. Imagino, sin embargo, la de demandas judiciales de deleznables pero igualmente ladillescos estudios de abogados dedicados íntegramente al "recupero de cobros", mi nombre en Infocorp, las limitaciones y padecimientos. En paralelo, puedo imaginarme destrozada luego de una ruptura provocada por alguna idiotez mía, producto de ese "amar más" como rol ineludible en las parejas. Y siento asco de mí por ser un bebé de pecho, una criatura vulnerable, un muñequito de trapo sin defensas. ¿Es ese el resultado del amor?. ¿Son las cobranzas, la coacción impenitente -y a veces impertinente- de estudios de abogados desconocidos, es tu nombre en Infocorp, el resultado de la imprudencia con el plastiquito dorado?. Pues en verdad os digo que el plastiquito dorado ese puede hacer magia, literalmente magia si lo sabes utilizar. Prudencia, justo medio, alejarse de desatinos. Tan simple como eso. Pero, en la vida, hay cosas que no tienen precio, como por ejemplo, esa alucinación tan deliciosa del "for ever and ever" que, mal utilizada, a tantos ha llevado a la tumba.
jueves, 29 de noviembre de 2007
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