Me presentaron al Dr. Santaolalla en una reunión de camaradería del área. Mostraba una extraña mezcla de jovialidad con caballerosidad antigua, sumándole a ello una impresionante e innegable cultura general adquirida a lo largo y ancho de sus robustos 67 años en lo largo y ancho del territorio nacional y el del mundo mundial. Rápidamente nos caimos bien (a pesar de cierto toque conservaduril), y mantuvimos una interesante conversa que se prolongó por espacio de dos o tres horas, que convirtió tiempo perdido en tiempo ganado.
Tres semanas después nos tocó ver un tema de trabajo juntos. Me mandaron a ver un tema tan soberanamente aburrido como negociar las costas y los costos de un proceso que perdió la empresa. El Dr. Santaolalla, hábil con el floro y experto procesalista, fue comisionado para acompañarme. O al revés. El orden de los factores altera el producto, sobre todo porque sé de Procesal lo que sabe Susy Díaz de dialéctica hegeliana.
Nos tocaba reunirnos con el abogado de la otra parte, don Delfín Jurado, que, según las referencias, es el típico abogado wash and wear, que sólo ve casitos pero de las veintitresmilcuatrocientascincuentaynueve-y-quién-sabe-más ramas, raíces, y arbolitos del Derecho, que cita a Ricardo Palma en sus demandas, que tiene una minúscula oficina en un gris edificio ubicado en Psj. Los Pinos, que fuma puros y escucha a Pedro Infante, que es el típico lawyer-patero que bien podría ser apodado el Francis del derecho peruano ("soy el amigo de todos"). Y que, hijueputa de él, nos ha ganado un caso obvio pero terrible.
Había entonces que coordinar una pequeña estrategia y defenderla con energía, pero sin perder la sutileza imprescindible en toda negociación. Ello requirió reunirme con Santaolalla algunas horas antes de la cita. El lugar elegido fue el mítico café miraflorino "La Favorita", en la mesa contigua a la ocupada por cuatro jubilados que hacen, deshacen y rehacen el Perú durante 8 horas entre humitas, expresso's y el impertinente claxon de las diversas Custers que transitan Larco.
La conversación con Santaolalla, como aquella primera vez, fue súper amena, interesante y llena de datos. Su profundo conocimiento de la historia nacional me impulsó a preguntarle sobre los diversos presidentes de la República, pero su repentino panegírico al candidato a la Dieta Japonesa fue una primera piedra de decepción. Cereza en el pastel: Paniagua/Toledo/CVR. "Asco de caviares", dijo, cambiándole de pronto la cara, haciendo un gesto repugnante, lleno de odio. De resentimiento. "Felizmente no gobiernan, hubieran traido abajo al país", sentenció, con un preocupante simplismo que daba vergüenza ajena. Y a modo de quemarropa, al puro estilo de los intolerantes que no te dejan plantear una idea diferente. Por esos días, yo pensaba con intensidad en la definición de mi orientación sexual, dentro del marco del existencialismo que me invade cuando me viene la regla, y empecé a generar pensamientos de terror ante la posibilidad de que tamaño personaje se enterara de "lo mío".
Pasados tres minutos vio su reloj. "Uy, ya es la hora", me dijo, recuperando el tono bonachón de costumbre. Pidió la cuenta. Quise pagar mi parte y no me dejó (y yo dije "yes" para mis adentros). Y nos fuimos en un taxi que nos cobró 3 lucas al lugar pactado con Jurado.
Llegamos al edificio. El ascensor del vejestorio no funcionaba: nos tocó subir 13 putos pisos. Santaolalla me confesó, mientras sacabamos físico de donde sea para no caer al piso, que a inicios de los 80's era triscaidecafóbico, que el departamentito que ocupaba en la Av. Arequipa y que había comprado en la época de Morales Bermúdez estaba en un edificio con un ascensor buenazo, pero que la llegada de los apagones lo obligaron a tener que subir los 14 pisos para llegar a su depa en dosh patitash, así que ajo y agua y lo tuvo que superar.
Ya en el piso 13 (donde Santaolalla, pese a su agnosticismo confeso, se persignó rápidamente -"me persigno por supersticioso, por pagano"-y se echó a reir), tocamos el timbre de la oficina de Jurado, inconfundible por su enorme placa de fondo blanco y letras azules (para variar, es hincha acérrimo de Alianza Lima), el ícono de una toga y el correspondiente número del CAL. Nos recibió un tipo efectivamente huachafo, igualito a Mario Poggi, con un pañuelo blanco sobresaliendo del bolsillo de su saco, y de lírica rimbombante. A mí me recibió con un "Encantado, Doctora", y besó mi mano, la cual retiré lo antes posible de sus babosos labios.
Nos sentamos en una colorida mesa de centro. Caballeroso él, me preguntó, en gesto doñaflorindesco, "no gustas tomar una tacita de café", y, a pesar del La Favorita a cuestas, le dije que sí, y con un aplauso chabacanón llamó a Zoila, su secretaria, indicándome que me lo prepare. Empezamos la conversación, y el Dr. Santaolalla sacó a relucir su brillantez en el campo del Derecho, ante un rendido Dr. Jurado que le decía a cada rato "Su Eminencia". Al final, el resultado fue favorable para nosotros, y, dejado claro el asunto y terminada la faena, empezamos a hablar, los tres, de algunas trivialidades.
"¿Y cómo está esta zona, Jurado?"- indagó, curioso, Santaolalla.
"¿Esta zona?. Llena de maricones"
Santaolalla se llevó la mano al mentón y procuró escuchar la monserga hasta donde pudo.
"Imagínese doctor, si el otro día salía del antro de porquería ese un grupo de mujeres con varias besándose entre ellas"(sic). "Ojalá y el nuevo alcalde haga algo porque esto se está convirtiendo en un bacanal, el Ius Imperium debe prevalecer y así salvaguardar el Orden Público y las buenas costumbres que deben regir toda sociedad sana".
"¿Qué les decimos a nuestros niños, ah doctorcito?".
(Tragué saliva. Me quería meter donde sea)
Santaolalla se mandó con un discurso pro-gay, con el pulcro manejo de retórica que le caracteriza. Refirió que tenía muchos amigos gays (no utilizó, por la gracia de Dios, la incomible palabra homófoba pero extendida: "homosexual"), pero sin el tono cliché que utilizan aquellos pseudo modernitos. No agregué ni quité ninguna coma, no solo porque la verdad no quería intervenir en este tipo de asuntos (que, en el plano laboral, trato de evitar hasta que llego a un límite cuando me hinchan las pelotas con los chistecitos **de maricas** y lanzo un lacónico comentario dejando sentada mi posición y luego hablamos de caballos). Sino porque la verdad, no había nada más qué agregar. Entonces nos despedimos de Juradito y su mal gusto que sabe a jurel como el mal gusto de los homófobos, de sus cinco mil diplomas colgados en su pared verde fosforecente, de su insoportable olor a habanos mezclado con vino barato, de su pompa odiosa, con el placer de haberle dado, en todos los sentidos, y para su oculto beneplácito, por el culo.
miércoles, 25 de julio de 2007
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario