Son las 4 am y me muero de frío. Sólo puedo o dormir o escribir y tomar una taza de leche muy caliente, mientras saboreo un poco de sal de lágrimas de bronca. Me siento extraña. Como si un cuchillo me atravesara la cabeza de derecha a izquierda. Siento, además, el moco propio de los llantos atracando mi respiración, bloqueándola hasta que el aire no pueda entrar, con un horror al vacío que me hace volver a la realidad, que me da una patada en el culo hacia el cuasi infinito abismo que separa la montaña de mi ego del nivel del mar.
Algo extraño ha sucedido. Los vidrios de las ventanas de mi auto, double vitrage, han sido increiblemente violentados por un monstruo que portaba una bujía caliente y estoy sorprendida. Algo extraño ha sucedido y estoy pasmada y en estado de alerta aunque con ganas de olvidarlo todo en el a-través del sueño. Algo que me remece, que me aturde, se ha producido. Me jode y me hace infelíz, al menos durante estos minutos que trato de vivir intensamente, de penetrar en ellos, de bucear en los mares de minutos y en los minutos como mares para evitar premoniciones que me aparten del eterno ahora. Algo me jode y me hace infelíz. Quizás sea la falsa promesa del ideal de la perfección humana. Quizás sea la imperfección en sí. Quizás sea la amistad un holograma, una visión de Ayahuaska, una pastrulada más. No lo sé. Me hace sentir bien. La necesito. Como animal social, cuadro profesional y persona sensible, no puedo patear el concepto de amistad, aunque corte bruscamente el respirador que pende de las narices de varias de ellas, porque necesito vida y yo me canso. Sobre todo porque la inconsecuencia, aunque también es parte de mi vida porque si vives rodeada de mierda lo mínimo que puede pasar es que esta te salpique, no es un debe ser, no es una opción válida de vida. Más que eso: me da asco. La inconsecuencia, el no "bancarse" al amigo hasta el final, no es justificable. Nada debe quedar impune: por eso, por encima de sentimentalismos, es moralmente imperativo ROMPER con el "amigo" que no está ahi para apoyarte. Si es posible en la primera de bastos, tanto mejor. Me importa más mi mundo, mis principios, y el control de calidad en las relaciones humanas. Medir con varas más severas, perfeccionar los filtros, a la hora de seleccionar tu entorno amical, mejora invariablemente tu calidad de vida. O te genera una soledad de la granflauta. Pues prefiero la soledad como grata compañera, como espejo de tu realidad. Prefiero quejarme de la soledad que de los malos amigos. Prefiero nutrirme de lo que vivo en este preciso instante: conciencia de mi soledad que me permite analizarme, radicalidad que a veces te convierte en freakie, que malbaratear mi tiempo con felipillos contemporáneos. Se me va la poesía o nunca la tuve. Termino con esto y me voy, a compartir sueños con Morfeo, a la segura latitud de lo onírico, territorio cuya magia impide la presencia de los cuchillos. Por eso, antes de trasponer la frontera, me dispongo a quitármelos de la espalda, con cuidado para que duela menos, a envolverlos en papel periódico, y a botarlos a la basura porque están llenos de infección, como algunos amigos que perdí y sigo perdiendo y me lleva al cielo que se vayan al diablo.
domingo, 29 de julio de 2007
miércoles, 25 de julio de 2007
Estampas de Arco Iris
Me presentaron al Dr. Santaolalla en una reunión de camaradería del área. Mostraba una extraña mezcla de jovialidad con caballerosidad antigua, sumándole a ello una impresionante e innegable cultura general adquirida a lo largo y ancho de sus robustos 67 años en lo largo y ancho del territorio nacional y el del mundo mundial. Rápidamente nos caimos bien (a pesar de cierto toque conservaduril), y mantuvimos una interesante conversa que se prolongó por espacio de dos o tres horas, que convirtió tiempo perdido en tiempo ganado.
Tres semanas después nos tocó ver un tema de trabajo juntos. Me mandaron a ver un tema tan soberanamente aburrido como negociar las costas y los costos de un proceso que perdió la empresa. El Dr. Santaolalla, hábil con el floro y experto procesalista, fue comisionado para acompañarme. O al revés. El orden de los factores altera el producto, sobre todo porque sé de Procesal lo que sabe Susy Díaz de dialéctica hegeliana.
Nos tocaba reunirnos con el abogado de la otra parte, don Delfín Jurado, que, según las referencias, es el típico abogado wash and wear, que sólo ve casitos pero de las veintitresmilcuatrocientascincuentaynueve-y-quién-sabe-más ramas, raíces, y arbolitos del Derecho, que cita a Ricardo Palma en sus demandas, que tiene una minúscula oficina en un gris edificio ubicado en Psj. Los Pinos, que fuma puros y escucha a Pedro Infante, que es el típico lawyer-patero que bien podría ser apodado el Francis del derecho peruano ("soy el amigo de todos"). Y que, hijueputa de él, nos ha ganado un caso obvio pero terrible.
Había entonces que coordinar una pequeña estrategia y defenderla con energía, pero sin perder la sutileza imprescindible en toda negociación. Ello requirió reunirme con Santaolalla algunas horas antes de la cita. El lugar elegido fue el mítico café miraflorino "La Favorita", en la mesa contigua a la ocupada por cuatro jubilados que hacen, deshacen y rehacen el Perú durante 8 horas entre humitas, expresso's y el impertinente claxon de las diversas Custers que transitan Larco.
La conversación con Santaolalla, como aquella primera vez, fue súper amena, interesante y llena de datos. Su profundo conocimiento de la historia nacional me impulsó a preguntarle sobre los diversos presidentes de la República, pero su repentino panegírico al candidato a la Dieta Japonesa fue una primera piedra de decepción. Cereza en el pastel: Paniagua/Toledo/CVR. "Asco de caviares", dijo, cambiándole de pronto la cara, haciendo un gesto repugnante, lleno de odio. De resentimiento. "Felizmente no gobiernan, hubieran traido abajo al país", sentenció, con un preocupante simplismo que daba vergüenza ajena. Y a modo de quemarropa, al puro estilo de los intolerantes que no te dejan plantear una idea diferente. Por esos días, yo pensaba con intensidad en la definición de mi orientación sexual, dentro del marco del existencialismo que me invade cuando me viene la regla, y empecé a generar pensamientos de terror ante la posibilidad de que tamaño personaje se enterara de "lo mío".
Pasados tres minutos vio su reloj. "Uy, ya es la hora", me dijo, recuperando el tono bonachón de costumbre. Pidió la cuenta. Quise pagar mi parte y no me dejó (y yo dije "yes" para mis adentros). Y nos fuimos en un taxi que nos cobró 3 lucas al lugar pactado con Jurado.
Llegamos al edificio. El ascensor del vejestorio no funcionaba: nos tocó subir 13 putos pisos. Santaolalla me confesó, mientras sacabamos físico de donde sea para no caer al piso, que a inicios de los 80's era triscaidecafóbico, que el departamentito que ocupaba en la Av. Arequipa y que había comprado en la época de Morales Bermúdez estaba en un edificio con un ascensor buenazo, pero que la llegada de los apagones lo obligaron a tener que subir los 14 pisos para llegar a su depa en dosh patitash, así que ajo y agua y lo tuvo que superar.
Ya en el piso 13 (donde Santaolalla, pese a su agnosticismo confeso, se persignó rápidamente -"me persigno por supersticioso, por pagano"-y se echó a reir), tocamos el timbre de la oficina de Jurado, inconfundible por su enorme placa de fondo blanco y letras azules (para variar, es hincha acérrimo de Alianza Lima), el ícono de una toga y el correspondiente número del CAL. Nos recibió un tipo efectivamente huachafo, igualito a Mario Poggi, con un pañuelo blanco sobresaliendo del bolsillo de su saco, y de lírica rimbombante. A mí me recibió con un "Encantado, Doctora", y besó mi mano, la cual retiré lo antes posible de sus babosos labios.
Nos sentamos en una colorida mesa de centro. Caballeroso él, me preguntó, en gesto doñaflorindesco, "no gustas tomar una tacita de café", y, a pesar del La Favorita a cuestas, le dije que sí, y con un aplauso chabacanón llamó a Zoila, su secretaria, indicándome que me lo prepare. Empezamos la conversación, y el Dr. Santaolalla sacó a relucir su brillantez en el campo del Derecho, ante un rendido Dr. Jurado que le decía a cada rato "Su Eminencia". Al final, el resultado fue favorable para nosotros, y, dejado claro el asunto y terminada la faena, empezamos a hablar, los tres, de algunas trivialidades.
"¿Y cómo está esta zona, Jurado?"- indagó, curioso, Santaolalla.
"¿Esta zona?. Llena de maricones"
Santaolalla se llevó la mano al mentón y procuró escuchar la monserga hasta donde pudo.
"Imagínese doctor, si el otro día salía del antro de porquería ese un grupo de mujeres con varias besándose entre ellas"(sic). "Ojalá y el nuevo alcalde haga algo porque esto se está convirtiendo en un bacanal, el Ius Imperium debe prevalecer y así salvaguardar el Orden Público y las buenas costumbres que deben regir toda sociedad sana".
"¿Qué les decimos a nuestros niños, ah doctorcito?".
(Tragué saliva. Me quería meter donde sea)
Santaolalla se mandó con un discurso pro-gay, con el pulcro manejo de retórica que le caracteriza. Refirió que tenía muchos amigos gays (no utilizó, por la gracia de Dios, la incomible palabra homófoba pero extendida: "homosexual"), pero sin el tono cliché que utilizan aquellos pseudo modernitos. No agregué ni quité ninguna coma, no solo porque la verdad no quería intervenir en este tipo de asuntos (que, en el plano laboral, trato de evitar hasta que llego a un límite cuando me hinchan las pelotas con los chistecitos **de maricas** y lanzo un lacónico comentario dejando sentada mi posición y luego hablamos de caballos). Sino porque la verdad, no había nada más qué agregar. Entonces nos despedimos de Juradito y su mal gusto que sabe a jurel como el mal gusto de los homófobos, de sus cinco mil diplomas colgados en su pared verde fosforecente, de su insoportable olor a habanos mezclado con vino barato, de su pompa odiosa, con el placer de haberle dado, en todos los sentidos, y para su oculto beneplácito, por el culo.
Tres semanas después nos tocó ver un tema de trabajo juntos. Me mandaron a ver un tema tan soberanamente aburrido como negociar las costas y los costos de un proceso que perdió la empresa. El Dr. Santaolalla, hábil con el floro y experto procesalista, fue comisionado para acompañarme. O al revés. El orden de los factores altera el producto, sobre todo porque sé de Procesal lo que sabe Susy Díaz de dialéctica hegeliana.
Nos tocaba reunirnos con el abogado de la otra parte, don Delfín Jurado, que, según las referencias, es el típico abogado wash and wear, que sólo ve casitos pero de las veintitresmilcuatrocientascincuentaynueve-y-quién-sabe-más ramas, raíces, y arbolitos del Derecho, que cita a Ricardo Palma en sus demandas, que tiene una minúscula oficina en un gris edificio ubicado en Psj. Los Pinos, que fuma puros y escucha a Pedro Infante, que es el típico lawyer-patero que bien podría ser apodado el Francis del derecho peruano ("soy el amigo de todos"). Y que, hijueputa de él, nos ha ganado un caso obvio pero terrible.
Había entonces que coordinar una pequeña estrategia y defenderla con energía, pero sin perder la sutileza imprescindible en toda negociación. Ello requirió reunirme con Santaolalla algunas horas antes de la cita. El lugar elegido fue el mítico café miraflorino "La Favorita", en la mesa contigua a la ocupada por cuatro jubilados que hacen, deshacen y rehacen el Perú durante 8 horas entre humitas, expresso's y el impertinente claxon de las diversas Custers que transitan Larco.
La conversación con Santaolalla, como aquella primera vez, fue súper amena, interesante y llena de datos. Su profundo conocimiento de la historia nacional me impulsó a preguntarle sobre los diversos presidentes de la República, pero su repentino panegírico al candidato a la Dieta Japonesa fue una primera piedra de decepción. Cereza en el pastel: Paniagua/Toledo/CVR. "Asco de caviares", dijo, cambiándole de pronto la cara, haciendo un gesto repugnante, lleno de odio. De resentimiento. "Felizmente no gobiernan, hubieran traido abajo al país", sentenció, con un preocupante simplismo que daba vergüenza ajena. Y a modo de quemarropa, al puro estilo de los intolerantes que no te dejan plantear una idea diferente. Por esos días, yo pensaba con intensidad en la definición de mi orientación sexual, dentro del marco del existencialismo que me invade cuando me viene la regla, y empecé a generar pensamientos de terror ante la posibilidad de que tamaño personaje se enterara de "lo mío".
Pasados tres minutos vio su reloj. "Uy, ya es la hora", me dijo, recuperando el tono bonachón de costumbre. Pidió la cuenta. Quise pagar mi parte y no me dejó (y yo dije "yes" para mis adentros). Y nos fuimos en un taxi que nos cobró 3 lucas al lugar pactado con Jurado.
Llegamos al edificio. El ascensor del vejestorio no funcionaba: nos tocó subir 13 putos pisos. Santaolalla me confesó, mientras sacabamos físico de donde sea para no caer al piso, que a inicios de los 80's era triscaidecafóbico, que el departamentito que ocupaba en la Av. Arequipa y que había comprado en la época de Morales Bermúdez estaba en un edificio con un ascensor buenazo, pero que la llegada de los apagones lo obligaron a tener que subir los 14 pisos para llegar a su depa en dosh patitash, así que ajo y agua y lo tuvo que superar.
Ya en el piso 13 (donde Santaolalla, pese a su agnosticismo confeso, se persignó rápidamente -"me persigno por supersticioso, por pagano"-y se echó a reir), tocamos el timbre de la oficina de Jurado, inconfundible por su enorme placa de fondo blanco y letras azules (para variar, es hincha acérrimo de Alianza Lima), el ícono de una toga y el correspondiente número del CAL. Nos recibió un tipo efectivamente huachafo, igualito a Mario Poggi, con un pañuelo blanco sobresaliendo del bolsillo de su saco, y de lírica rimbombante. A mí me recibió con un "Encantado, Doctora", y besó mi mano, la cual retiré lo antes posible de sus babosos labios.
Nos sentamos en una colorida mesa de centro. Caballeroso él, me preguntó, en gesto doñaflorindesco, "no gustas tomar una tacita de café", y, a pesar del La Favorita a cuestas, le dije que sí, y con un aplauso chabacanón llamó a Zoila, su secretaria, indicándome que me lo prepare. Empezamos la conversación, y el Dr. Santaolalla sacó a relucir su brillantez en el campo del Derecho, ante un rendido Dr. Jurado que le decía a cada rato "Su Eminencia". Al final, el resultado fue favorable para nosotros, y, dejado claro el asunto y terminada la faena, empezamos a hablar, los tres, de algunas trivialidades.
"¿Y cómo está esta zona, Jurado?"- indagó, curioso, Santaolalla.
"¿Esta zona?. Llena de maricones"
Santaolalla se llevó la mano al mentón y procuró escuchar la monserga hasta donde pudo.
"Imagínese doctor, si el otro día salía del antro de porquería ese un grupo de mujeres con varias besándose entre ellas"(sic). "Ojalá y el nuevo alcalde haga algo porque esto se está convirtiendo en un bacanal, el Ius Imperium debe prevalecer y así salvaguardar el Orden Público y las buenas costumbres que deben regir toda sociedad sana".
"¿Qué les decimos a nuestros niños, ah doctorcito?".
(Tragué saliva. Me quería meter donde sea)
Santaolalla se mandó con un discurso pro-gay, con el pulcro manejo de retórica que le caracteriza. Refirió que tenía muchos amigos gays (no utilizó, por la gracia de Dios, la incomible palabra homófoba pero extendida: "homosexual"), pero sin el tono cliché que utilizan aquellos pseudo modernitos. No agregué ni quité ninguna coma, no solo porque la verdad no quería intervenir en este tipo de asuntos (que, en el plano laboral, trato de evitar hasta que llego a un límite cuando me hinchan las pelotas con los chistecitos **de maricas** y lanzo un lacónico comentario dejando sentada mi posición y luego hablamos de caballos). Sino porque la verdad, no había nada más qué agregar. Entonces nos despedimos de Juradito y su mal gusto que sabe a jurel como el mal gusto de los homófobos, de sus cinco mil diplomas colgados en su pared verde fosforecente, de su insoportable olor a habanos mezclado con vino barato, de su pompa odiosa, con el placer de haberle dado, en todos los sentidos, y para su oculto beneplácito, por el culo.
lunes, 9 de julio de 2007
¿Loser?
What did I want to win?
Se me acercan los treinta y uno y los látigazos que me inflijo. El "éxito" es un placebo que te permite tolerar la gran frustración que se llama nada y la nada, ya lo saben, es la única verdad posible. Deadlines de deadlines y más deadlines, agendas venenosas rellenas de datos y de esperanza, para qué más. Una pizarra acrílica con garabatos desordenados que se supone son mis proyectos de vida, más parece un cuadro abstracto de un niño autista talentoso. Una bronca inconmesurable por estar estancada y darle mis días y mis noches, a cambio de un estipendio (lo único motivador de estas lunas), a un proyecto que no es el mío, que me aburre, que a veces me da hasta asquete. I was born in a republiketa de sudameriketa, es divertido, pero no llena el buche, vives como los equilibristas, y no puedes salir de tu país cuando te de la gana.
En mi garganta no tengo un nudo. Tengo cuchillazos. Soy una urbanita atrapada en un pueblo, una progre atrapada en el proyecto reaccionario de su propio capitalismo, una bisexual en vías de desarrollo y con el péndulo tirado hacia lo lésbico que tiene-que elogiar a actores guapos (que genuinamente le gustan pero no tanto como para definir una opción sexual) para salvar su pellejo en pueblochicoinfiernogrande, y, básicamente, una profesional que ya no compra papel higiénico: se limpia el culo con todos los elogios que le proporcionan (yo diré "que le propinan"), sin ningún progreso concreto. Llena, y toda la vida fue así, de un palabreo masturbatorio que cansa. A veces da ganas de ser una buena mierda, para esperar menos y amortiguar caidas. A veces da ganas de incendiar los tomos de panegíricos, porque hay realidades que apestan tanto que opacan ese Chanel con el que perfuman tus expectativas.
Ok, ya boté, chau. Me voy a preparar trigo y a ver a Rosa María Palacios. Ojalá mañana cambie de chip y deje de escribir barrabasadas.
Se me acercan los treinta y uno y los látigazos que me inflijo. El "éxito" es un placebo que te permite tolerar la gran frustración que se llama nada y la nada, ya lo saben, es la única verdad posible. Deadlines de deadlines y más deadlines, agendas venenosas rellenas de datos y de esperanza, para qué más. Una pizarra acrílica con garabatos desordenados que se supone son mis proyectos de vida, más parece un cuadro abstracto de un niño autista talentoso. Una bronca inconmesurable por estar estancada y darle mis días y mis noches, a cambio de un estipendio (lo único motivador de estas lunas), a un proyecto que no es el mío, que me aburre, que a veces me da hasta asquete. I was born in a republiketa de sudameriketa, es divertido, pero no llena el buche, vives como los equilibristas, y no puedes salir de tu país cuando te de la gana.
En mi garganta no tengo un nudo. Tengo cuchillazos. Soy una urbanita atrapada en un pueblo, una progre atrapada en el proyecto reaccionario de su propio capitalismo, una bisexual en vías de desarrollo y con el péndulo tirado hacia lo lésbico que tiene-que elogiar a actores guapos (que genuinamente le gustan pero no tanto como para definir una opción sexual) para salvar su pellejo en pueblochicoinfiernogrande, y, básicamente, una profesional que ya no compra papel higiénico: se limpia el culo con todos los elogios que le proporcionan (yo diré "que le propinan"), sin ningún progreso concreto. Llena, y toda la vida fue así, de un palabreo masturbatorio que cansa. A veces da ganas de ser una buena mierda, para esperar menos y amortiguar caidas. A veces da ganas de incendiar los tomos de panegíricos, porque hay realidades que apestan tanto que opacan ese Chanel con el que perfuman tus expectativas.
Ok, ya boté, chau. Me voy a preparar trigo y a ver a Rosa María Palacios. Ojalá mañana cambie de chip y deje de escribir barrabasadas.
domingo, 1 de julio de 2007
Le Journal du Nord Solide
Era necesario subir más para el norte. Primeras vacaciones después del regreso, refugio celestial frente al frio que azota, porque una eterna primavera vale más que mil veranos.
Es realmente reconfortante haber venido. No me arrepiento ni una milésima de ápice. He comido como reina, he bebido, he caminado por unas calles casi impecables, por esas calles por las que mi grandma recorrió su niñez y juventud. He mirado los balcones liberteños, muy bien conservados, y no he sentido envidia, sino orgullo, porque de alguna manera yo soy parte de estas tierras, simplemente porque, traida en los veranos por mis familiares, encontraba la magia resbalándome por esas columnas del monumento de la Plaza de Armas, que parecen toboganes, y me pude mirar en los ojos de felicidad de esos niños que, más de veinte años después, hacen lo mismo.
También he gileado (inspección ocular only), con un par de huevonas. De más está decir que, en el interior del país, esta ciudad es la capital gay. Fábrica de rosquillas por antonomasia (algunas envueltas y otras muy desenvueltas -diría yo que demasiado-), no se trata precisamente de una ciudad de provinciana homofobia. También he bailado (por la pereza de ir hacia la lejana Punto G), en locales straight donde todos se conocían, y, de pronto, me he visto infiltrada y disfrutando canciones tontas a todo pulmón entre, presumiblemente, unos Manucci, Ganoza o Pinillos.
Cuando viajo me invaden muchas letras. Debería tener un Moleskine o una libretita Justus aunque sea, algún cuadernito más manejable que mi agenda (que además está destinada a satisfacer las necesidades de mi vida "seria" y en ese territorio se debe quedar). Es que cuando me siento frente a un teclado me viene la amnesia, y las ideas se me van volando como golondrinas y se me han ido hasta Huanchaco.
Como nada ni nadie es perfecto, la omnipresencia de Haya de La Torre en cuanta calle y plaza es disgustante. Pero lo enervante de ver por todas partes la nariz aguileña del líder histórico, se ve compensado por una ciudad que está, que pone, y que promete. Que viva Trujillo, carajo.
Es realmente reconfortante haber venido. No me arrepiento ni una milésima de ápice. He comido como reina, he bebido, he caminado por unas calles casi impecables, por esas calles por las que mi grandma recorrió su niñez y juventud. He mirado los balcones liberteños, muy bien conservados, y no he sentido envidia, sino orgullo, porque de alguna manera yo soy parte de estas tierras, simplemente porque, traida en los veranos por mis familiares, encontraba la magia resbalándome por esas columnas del monumento de la Plaza de Armas, que parecen toboganes, y me pude mirar en los ojos de felicidad de esos niños que, más de veinte años después, hacen lo mismo.
También he gileado (inspección ocular only), con un par de huevonas. De más está decir que, en el interior del país, esta ciudad es la capital gay. Fábrica de rosquillas por antonomasia (algunas envueltas y otras muy desenvueltas -diría yo que demasiado-), no se trata precisamente de una ciudad de provinciana homofobia. También he bailado (por la pereza de ir hacia la lejana Punto G), en locales straight donde todos se conocían, y, de pronto, me he visto infiltrada y disfrutando canciones tontas a todo pulmón entre, presumiblemente, unos Manucci, Ganoza o Pinillos.
Cuando viajo me invaden muchas letras. Debería tener un Moleskine o una libretita Justus aunque sea, algún cuadernito más manejable que mi agenda (que además está destinada a satisfacer las necesidades de mi vida "seria" y en ese territorio se debe quedar). Es que cuando me siento frente a un teclado me viene la amnesia, y las ideas se me van volando como golondrinas y se me han ido hasta Huanchaco.
Como nada ni nadie es perfecto, la omnipresencia de Haya de La Torre en cuanta calle y plaza es disgustante. Pero lo enervante de ver por todas partes la nariz aguileña del líder histórico, se ve compensado por una ciudad que está, que pone, y que promete. Que viva Trujillo, carajo.
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