Dos meses ya y ya la sombra. O, corrigiéndome, ni siquiera dos meses. Iras santas o non sanctas explotando en la punta de mi lengua, reventando en mis labios tormentosos, erosionando el amor. Es increible cómo caen las personas en las garras del rebaño, es increible la capacidad destructora del cliché, pero más grave que eso: es imperdonable que personas inteligentes y bien formadas resbalen en ese cementerio de ideas. Destructora de conciencias, del razonamiento, de la objetividad ineludible. La imposición de una tóxica concepción: que la gente debe parecernos bonita. Si no te liga tan fácilmente, allí estarán el barbudo Osho y el negro Chopra, tus amigos infalibles, para sacarte del enredo. Entonces, todos tenemos la obligación de ser felices y de extender una mano de paz y un trozo de cielo a todo y todos lo (s) que nos rodea (n). Para mí, el problema no es la paz en sí. El problema es la paz simplificada, el cortar camino saltándote pasos importantes. El problema es la paz impuesta, la tregua mandatoria, la capitulación forzada, el desprecio de la fuerza edificante de determinados conflictos, porque como dijo Kant, el antagonismo es fecundo.
Pero nada. Mis manos ya están palpitando, mi corazón envuelto en un papel de seda rociado de cianuro, mi respiración entrecortada. Espada de Damocles y matrícula condicionada. Ultimátums. Luego, las prioridades. Insisto en renegar del cliché, pero no me vas a decir que no es cierto que los afectos más importantes siguen este estricto orden:
1º Uno mismo.
2º Padres y/e hijos.
3º Amigos.
4º El "amor" de pareja.
Entre 3º y 4º, podemos ubicar a las mascotas.
¿Continuará?
martes, 25 de diciembre de 2007
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